miércoles, 4 de febrero de 2009

Memorias de la Verneda. Capítulo 2

En el último post os contaba algo de mi infancia. Es curioso como se han precipitado los acontecimientos. Del último post a esta parte he encontrado a tres compañeros. Una de las que creía haber encontrado resultó ser una falsa alarma pero dos días después, a través de Facebook, redibí un mensaje devuelto. Le preguntaba a un chico llamado Sergi de Aróstegui si era aquel Sergi que era compañero mío en clase. En efecto, lo era. El corazón se me quería salir del tórax, la sangre fluía aceleradamente y las lágrimas afloraron levemente. 25 años después supe algo de alguno de ellos. Inmediatamente entramos en contacto. Al día siguiente al llegar al trabajo me metí en el ordenador para volver a ver el mensaje, no lo podía creer. Localicé una página del Colegio y me encuentro un mensaje de una chica que afirmaba estar en clase con Sergi Aróstegui. Inmediatamente le envié un mensaje, seguro de que no se acordaría de mí. Imma Vicent, recordaba perfectamente su nombre y lo pizpireta que era, me contestó de inmediato, que sí, que me recordaba.
Imma Vicent ha sido, pero con muchísima diferencia, la alegría más enorme y satisfactoria de los últimos años. Ha sido casi comparable al nacimiento de mis hijos. No es una exageración. Irme de Barcelona, aunque al principio fue una aventura, resultó ser un problema para mí. Los primeros meses en Jaén no me adaptaba al colegio, era ya 8º, no me adaptaba a un régimen escolar rudo y anticuado en lo docente pero flojo en lo académico. Recuerdo al profesor Antonio Pastor que, apesadumbrado por mi acento, me tiraba de las patillas, recuerdo a un larguirucho Ureña, más alto y fuerte que yo, que me decía despectivamente: 'el catalán'. Menos mal que siempre me han sobrado narices y un día en el patio, delante de todos, le dí una tunda importante. A partir de ese día se acabaron los motes y apodos despectivos y sí, era y soy catalán. A mucha honra. Fue horrible, con 14 años casi. Claro, era en esos momentos cuando me acordaba de mi clase, mi pupitre, mis compañeros, mi patio, esas escalera metálicas que bajaban a ese patio amplio y diáfano. Fui creciendo física y humanamente hasta que todo pasó. El Instituto fue una época imborrable, hice grandes amigos, las primeras novias, destaqué en el baloncesto, repetí algún curso, fui delegado de clase, me iba bien en definitiva, todo quedó olvidado. Pero yo siempre eché de menos a mis compañeros de clase y esos recuerdos se borraban, cada vez más, parecían un sueño, casi una mentira, algo que sustentaba una fábula increible. Pero Imma, mi querida Imma, con la que no tuve mucha relación en clase pero que, curiosamente no tenía olvidada, aparece con toda su dulzura, toda su memoria y regalándome sus recuerdos. Unos recuerdos que reviven los míos y destrozan de un plumazo las fábulas para convertirlas en realidad, unos recuerdos que te despiertan del sueño y te llenan de vida. La infancia perdida nace de nuevo y por unos instantes te ves allí, en esos pupitres beige con las patas verdes, en esos pasillos, en el patio, en el colegio.
Después encontré a Silvia Vidorreta, que tanto nos gustaba a todos los chicos, ella y la Oliva. También parece haber aparecido Mario Marina y, quizás, el Xisco que tan amigo mío era. No doy con Mari Ángeles Tirado, que me gustaba más que ninguna, qué vergüenza, a estas alturas pero bueno teníamos 13 años, era normal.
Es por eso que este post se lo quiero dedicar a todos mis compañeros de clase, a todas mis compañeras de clase, en especial a Sergi, Silvia e Imma, en especial a ella que no me ha dejado solo ni un momento desde que nos volvimos a encontrar, a Imma que me hizo llorar de alegría la semana pasada.
Dicen que llorar no es malo, que es una vía de escape y te relaja. Pero llorar de alegría y felicidad como llevo estos días no es que no sea malo, es maravilloso. Cada mensaje de Silvia, Sergi e Imma me alegra el día, me motiva más y me devuelve algo que había perdido: mi infancia. Os quiero amigos.

No hay comentarios: